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Cómo mejorar la conducta de nuestros hijos.


Hace unos años, formando a profesores de escuelas infantiles sobre el tema "problemas de conducta en el aula", aprendí una de las grandes lecciones de mi carrera profesional. En la exposición teórica sobre los tipos de procedimientos, expuse cinco métodos de entrenamiento positivo y tres procedimientos de corrección recopilados por la "Asociation of Behaviour Analysis". Una semana después de la primera sesión de formación, los docentes habían priorizado la utilización de las técnicas menos positivas en detrimento de los procedimientos que tenían mejores resultados a largo plazo. ¿Por qué? pregunté a todos los equipos, sintiéndome bastante alarmada por los efectos del uso de dichos procedimientos. La contestación fue unánime "era imprescindible cambiar dichas conductas y usar los procedimientos que funcionarían más rápido". Desde aquel momento, siento un profundo respeto a la hora de diseñar programas de formación y sus consecuencias.


La creencia

Los padres que asumen la responsabilidad de las malas conductas y los errores de sus hijos, se preguntan continuamente: ¿qué he hecho mal? Y quizás no es una cuestión de que lo hayamos hecho mal ya que en la naturaleza del ser humano también está el decidir no hacer o hacer las cosas al revés. Lo que sí depende de nosotros como progenitores es qué hacemos ante esa conducta persistente, ya que la falta de redicción del comportamiento inadecuado de nuestros retoños tiene importantes consecuencias a largo plazo. Los pronósticos suelen ser desacertados en educación pues la vida depende de múltiples variables que influyen en nuestro aprendizaje. Pero dejar para mañana lo que podemos enseñar hoy es restar todas las oportunidades para que nuestros hijos aprendan más y sobretodo mejor. Entre los extremos de las posibles opciones está dejarles al amparo de la propia naturaleza (de su propio ritmo vital) o dejarnos intimidar por sus gritos o excusas, pero también podemos crecer con ellos/as afrontando la realidad y luchando por mejorar.


Nadie nace sabiendo cómo abordar una paternidad eficaz, somos personas que tendemos a reproducir roles vividos y nadie nos ha enseñado cómo definir las nuevas herramientas que queremos utilizar para poder comenzar a cambiar las conductas disfuncionales de nuestros descendientes en pro de las que les sean más funcionales para su futuro. El primer nivel para lograrlo está en cultivar la creencia

“nuestros hijos no son malos, sólo han aprendido a comportarse inadecuadamente y nosotros no hemos contado con los métodos adecuados para enseñarles”

LeBlanc, J.M. 1996.


La Planificación

Para tener éxito lo más importante es planificar y está claro que la vida resulta mucho más sencilla cuando se tiene una idea de lo que va a suceder. La mayoría de los problemas de comportamiento pueden evitarse con la planificación y es ahí donde les podemos sacar ventajas a nuestros hijos porque poseemos experiencia de cómo hacerlo:


Pensemos en las metas. ¿Tengo claro cómo me gustaría que fuese todo?. Para acertar en este punto hay que ser objetivo (las utopías sólo se dan en la ficción y los niños nunca pueden portarse bien el 100% del tiempo), realista (pienso en metas que son alcanzables para mis hijos y para mí) y funcional (una meta que contribuya a una mejoría de todos los miembros de la familia para crear un ambiente positivo en nuestro hogar).


Escribamos una lista de lo que queremos mejorar o eliminar. Es posible que queramos conseguir cambios que impliquen “ser felices” o “llevarse bien con sus hermanos” pero para hacer cambios importantes necesitamos ser más específicos: Qué significa que se lleven bien, ante qué personas o situaciones esperamos que se comporten y de qué manera deben hacerlo bien.


Cuando sabemos en qué lugares se muestran más revoltosos y en qué momentos es más probable que se desencadenen los problemas, tenemos la clave de cómo prevenirlos. Anticiparse implica que antes de salir o estar en una situación de probable conflicto:


• Explicar las normas antes no después de los conflicto, con ternura y claridad.


• Hagámosles partícipes en el plan que estamos siguiendo. Que sean ellos los que nos digan qué deben hacer y los incentivos que les gustaría conseguir.


• Cada quince minutos, les recordamos su decisión y recompensa por lo bien que lo están haciendo.



La coherencia

Hay veces que por muy previsores que seamos, las conductas inadecuadas aparecen por inercia, es decir, es la costumbre. Es importante recordar que los cambios se producirán poco a poco de manera que deberemos estar preparados para los momentos difíciles. Todo lo que ocurra puede ser una oportunidad para educar, es decir, para que nuestros hijos aprendan que con esa conducta no conseguirá nada. Es aquí donde la técnica del espejo es vital ya que se trata de actuar como si nos viéramos en los ojos de nuestros descendientes:


• En calma, no permitiendo que la pataleta nos desespere. Eso les mostrará que estamos seguros de lo que hacemos y nuestra serenidad para posicionarnos ante las situaciones complejas.


• Eliminando roles tradicionales para cuidar el modelo de corrección que le estamos dando. Si le pegamos por pegar, afianzaremos lo que queremos eliminar. Si castigamos por no colaborar, restaremos oportunidades de aprender como hacerlo mejor.


• Actuando en coherencia a las consecuencias que establecimos en nuestro plan. Y para ello, seamos inmediatos y persistentes, dejarlo para más tarde o pasarlo un día sí y otro no puede tener el peor de los efectos a largo plazo. Recordarle que “él puede estar tranquilo” podría servirle de ayuda sobre cómo puede conseguir salir del conflicto. Pero cuidado, si le recordamos lo que hizo mal o utilizamos amenazas la conducta se podrá disparar de nuevo.


La coherencia también está en lo que sí se consigue! de manera que si con el tiempo llega la calma, es el momento de abrazar, describir el logro y celebrar


Cuando nuestros hijos nos viven con claridad, observando que lo que decimos - lo hacemos aprenden a valorar nuestras palabras y sobretodo a construir una forma de dirigir sus acciones.

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